¿Podemos volver a emocionarnos?

Hace unas semanas, un Pablo Iglesias visiblemente cansado le decía en una entrevista al filósofo Santiago Alba Rico que Podemos había perdido cierta capacidad de emocionar, y les pedía a quienes habían mantenido la frescura que contribuyeran aportando nuevas historias. Alba Rico, a su vez, reconocía la dificultad de transmitir mensajes políticos adaptándose al lenguaje de los medios de masas: “tener que decirlo todo en 10 segundos”.

Se ha hablado mucho de la relación de los líderes de Podemos con los medios y no quiero entrar a valorar aquí sus estrategias. Parto del reconocimiento al trabajo de las compañeras y compañeros. Pero sí quiero contribuir a recuperar algunas historias que creo que pueden todavía emocionarnos, especialmente si nos damos la oportunidad de no contarlas en 10 segundos.

Pienso en varios momentos recientes en los que la Voz del Telediario iba por un lado, y las voces de los “cualquiera” iban por otro. El pásalo de los teléfonos móviles tras el 11-M, el clamor de los primeros días del 15-M -ausente en las portadas de los periódicos-, los últimos momentos de la campaña municipal, particularmente el #EfectoCarmena que recorrió las calles y las redes de Madrid ocupando una frecuencia imperceptible para los dos o tres grupos mediáticos que gobiernan el estado (de opinión) español. Momentos en los que las calles y las redes dicen una cosa, y los medios de masas, otra.

Era esa misma mujer, Manuela Carmena, la que le espetaba en esos días a una periodista conservadora en pleno prime time: “no me hagas preguntas de sí o no, eso era en el catecismo”; la que una y otra vez se negaba a contestar a preguntas estúpidas y malintencionadas, poniendo en evidencia su estupidez y su mala intención, aunque le llevara más de 10 segundos. Y la votaron muchas madrileñas. Porque, como muy bien sabe Alba Rico (guionista de La Bola de Cristal), se puede hacer televisión sin necesidad de actuar como si la gente fuera idiota. Algo así le oí decir a Santiago Auserón en el mitin de cierre de campaña de Barcelona en Comú: “estamos hartos de que nos traten como si fuéramos tontos”. Se puede, entonces, como hizo Ada Colau en Madrid, acabar otro mitin crucial con una cita oculta al filósofo Spinoza: “¡Contra las pasiones tristes, contra el aburrimiento, y con muchísima alegría, afirmando la vida y nuestros cuerpos por delante de todo!»

Es la otra pata del “no nos representan”: no sólo los políticos, también eran los grandes medios, los tertulianos, los opinadores, los expertos, los que no nos representan. Todo ese entramado mediático-cultural que se sustenta sobre la idea de que la gente somos idiotas. Sobre la idea de que la inteligencia sólo es la de los saberes especializados, las de los tecnócratas, la que se puede traducir en dinero. Inteligencia patriarcal, individualista y productivista a la que el 15M opuso su inteligencia feminista, afectiva, colectiva y solidaria.

La historia que cuentan los medios es sencilla: cada uno va a lo suyo, los políticos engañan, la gente quiere su seguridad y bienestar personal. Los medios se dedican a difundir esa imagen mediocre y lamentable de la realidad. Sin embargo, ahí está la PAH, la Marea Blanca, la Marea Verde, la Marea Violeta, la Marea Granate, Gamonal, Can Vies, la marcha contra la violencia machista y tantas otras cosas. No es sólo “protesta”, no es sólo “indignación”, no es tampoco siquiera una cuestión de altruismo contra egoísmo. Son mundos en los que la gente perdemos el miedo a ser considerados idiotas, nos damos cuenta de nuestras capacidades cuando estamos juntas, de nuestra potencia colectiva. Son mundos en los que nos damos a nosotras mismas otra vida, más alegre, más inteligente. Nos comprometemos a ayudarnos, no porque seamos «muy buenas personas», sino porque nos da asco la vida de aislamiento, desconfianza y miseria a la que nos condenan.

Me parece que a esos mundos es a dónde podemos ir para encontrar historias que vuelvan a emocionarnos. Conocí el otro día por casualidad a un chico turco: a los dos minutos pronuncié la palabra “Gezi” y ya era como si nos conociéramos de toda la vida. Los dos habíamos vivido lo mismo: un momento de ruptura en el que en un país que parecía condenado a confirmar la imagen miserable que sus políticos y sus medios proyectaban sobre él, se negó de pronto a hacerlo. “La sorpresa más grande fue descubrir de repente que había muchísima gente igual que yo, que pensaba lo mismo que yo”.

Una y otra vez, se nos reprochará que creemos que todo el mundo es como nosotros, que no sabemos ver más allá de la gente que tenemos a nuestro alrededor. Ombliguismo, wishful thinking, etc. Pero hemos visto multitudes salir a las calles a contradecir lo que las encuestas decían de ellas, lo que los telediarios decían de ellas, lo que la versión oficial de la realidad decía de ellas: que la gente es egoísta, que busca sólo su propio interés, que es incapaz de sostenerse sin un Estado que la organice.

Sabemos que aunque las plazas de 2011 no hayan durado, eso no borra su valor. Que las fuerzas de la versión oficial de la realidad hayan recuperado su pulso en momentos de bajada de marea como el actual, no borra el valor de las insurrecciones pequeñas y grandes que constantemente siguen teniendo lugar. Alguien me dijo una vez: “lo que pasa, no despasa”. Por el camino, otro imaginario, otra sensibilidad se va fraguando. “Otra idea de la vida, que consiste, por ejemplo, en compartir antes que en economizar, en conversar antes que en no decir palabra, en luchar antes que en sufrir, en celebrar nuestras victorias, antes que en defenderse de ellas, en entrar en contacto antes que en ser reservado”. Sabemos ahora que tenemos muchas amigas y amigos por el mundo, muchos a los que todavía no conocemos.

Y a lo mejor nos resulta difícil emocionarnos cuando quien marca los términos y el lenguaje es el aparato depresivo-informativo y su política de “los mejores”. Pero quizás lo que sí podemos es, como los zapatistas, hacer una especie de “otra campaña”. Como la PAH, plantear las cosas en nuestros propios términos: “¡Sin #Las5delaPAH, yo no os voto!” Una campaña paralela, una campaña no tanto por un partido, sino por el entusiasmo, una especie de #OccupyPodemos resucitado, una campaña que vampirice lo electoral para segregar la alegría que nos hace fuertes. Como la Marea Granate de los emigrados, que hace su propia campaña, que reclama los #DosMillonesdeVotos que otra vez nos van a robar en estas elecciones. Como la pequeña campaña, a pie de calle, de Ahora Alto-Aragón en Común/Podemos, que ha conseguido en Huesca la generosidad que ha faltado a nivel estatal para lograr la famosa confluencia. Como la campaña que hacen cada día miles de amigos tuyos, a los que a lo mejor no conoces, para que la vida deje de apestar a miedo, a desconfianza, a miseria y aislamiento. Otra campaña.

Una que a lo mejor nos llena de tanta potencia y alegría, que hasta logramos, entre otras cosas, volver a entusiasmarnos con Podemos y votar.

Turkey