Un viaje al primer verano de Podemos

“No les van a dejar”. “Son gente muy preparada”. “¿Tendrán tiempo para conseguir suficientes candidatos que se presenten en las listas?” “A mi no me gusta ningún partido político, pero les voy a votar”. “Les han insultado tanto que la gente aún les apoya más”. “Se han bajado los sueldos”. “Los del PP y el PSOE están acojonados”.

Y una especie de esperanza contenida, un estar a la expectativa pero sin querer hacerse demasiadas ilusiones: eso es lo que hemos visto este verano, en otro de nuestros regresos siempre insuficientes y algo perturbadores a esa Ex-paña de la que nos fuimos hace ya algún tiempo.

Yo me fui a Nueva York para dos semanas y llevo 11 años aquí. La universidad española me había vomitado, como a tantos otros, y andaba sin oficio ni beneficio, escribiendo cosas en plan freelance. Mi compañera se había hecho un hueco precario pero adictivo en el caos neoyorquino, que tiene mil maneras de masticarte. Después de unos años me enteré de que podía estudiar un doctorado en español en USA; lo hice, me saqué una plaza de profe de literatura en Filadelfia. Ahora tenemos un hijo que ya dice algunas palabras en inglés con una pronunciación perfecta que nosotros nunca lograremos.

Pues bien. Llegó 2011 y la politización de las vidas: como a tantos otros el 15M y Occupy Wall Street nos dieron espacios comunes -pequeños oasis de encuentro en medio de la constante obligación de buscarse cada cual la vida por su cuenta. Espacios físicos, pero también afectivos, espacios muy precarios, claro, porque por todas partes reaparece ese buscarse la vida, en mil formas que nos enfrentan, que nos agotan, que nos convierten en seres autopromocionales y depredadores. Yo trabajo para una universidad privada en la que la matrícula anual cuesta 47.668 dólares. Dependemos del juego del dinero para sostener nuestras vidas: casa, comida, atención médica, guardería, etc. Tenemos la enorme suerte de pertenecer a ese sector de la población que por lo menos tiene acceso al juego. Desde 2011, tenemos incluso la suerte de poder escamotear algo de tiempo al juego, para intentar seguir manteniendo esos espacios en los que intentamos –siempre con muchas dificultades y contradicciones- que no todo pase por el dinero, que no todo pase por la competición. Por lo menos hacer sitio para imaginar otra cosa.

Cuando volvemos a España encontramos a nuestros amigos y a nuestras familias con sus historias de buscarse la vida. Todo el talento, las ganas, el cariño. Verdaderos despliegues de imaginación y esfuerzo en medio de la aridez. Más niñas y niños van llegando, otros crecen, todo sigue misteriosamente adelante, pero lleno de cicatrices y heridas profundas por dentro.

Miro a los ojos de mi amigo. Quién me iba a decir que las cosas iban a ir así. Soy de esas personas que sigue manteniendo a su pandilla del colegio. Pero ellos están aquí y yo allí. Desde el 15M a veces nos da apuro, pero no dejamos de sacar la conversación sobre “lo que está pasando”. Detectamos esa contención, incluso ahora. Para nosotros es más fácil ilusionarnos, eso seguro. No estamos trabajando 12 horas al día en una empresa de mierda, no nos acaban de echar, no hemos tenido que volver a vivir con nuestros padres.

Y sin embargo. Mi hermana me cuenta que están en una asociación haciendo cosas para mejorar la escuela del pueblo. Mi madre sigue con sus grupos de lectura, cada vez hay en más sitios. Mi cuñada y su marido renuncian a producir más vino ecológico del que pueden hacer bien, aunque lo podrían vender, y tienen que matarse a trabajar. Un amigo ha conseguido hacer su vida en bici en la ciudad, y quiere que le defiendan más a las bicis. Otra anda en un grupo de madres solteras por elección, nos cuenta todas las cosas que la ley no les reconoce. Mi suegro ha oído lo de la derogación de las rentas antiguas y está preocupado por perder su piso a los 80 años.

Pero cuando sale Podemos en la conversación, a pesar de la generalizada ilusión –contenida- cuesta hilar el tema, es como si ese fuese otro capítulo. Comentamos resultados, encuestas. Hasta su jefa ha votado a Podemos, dice mi cuñado. “¿Viste como dejó en ridículo a Esperanza Aguirre?”. Constantemente reaparece la referencia a esos personajes, a esos archi-villanos que de pronto son muy importantes para canalizar algo, para dar nombre a algo (Marhuenda, etc…). Nos sorprende como siempre se vuelve a ellos.

Mis padres están intentando contribuir a poner en marcha el círculo Podemos de su comarca y vamos con ellos a una reunión. Dos temas dominan la conversación: por un lado, hacer programas electorales para los pueblos (lo cual implica también, aunque no se dice, elegir candidatos para que se presenten con esos programas). Por otro lado, conectarse con cosas que la gente ya está haciendo (luchas contra el fracking, agricultura cooperativa, turismo sostenible, etc…). En Guanyem Barcelona oímos mucho la idea de “no queremos sustituir a nadie”. No tanto en Podemos, aunque también. En la reunión las mujeres hablan muy poco. Parece que lo de hablar de proyectos futuros les va más a los hombres. En esos días nos llega la información de que alguien de Podemos comentó que el aborto no debería ser un tema prioritario en el discurso del partido. Déjà-vu: ¿no ha pasado esto ya en Latinoamérica? Nos acordamos también de las amigas feministas que están en Podemos, volcadas.

De vuelta a lo que ya extrañamente es nuestra casa, en este otro país. Nuestro hijo reconoce sus juguetes. Y nosotros, ¿qué hacemos aquí? ¡Hablando de desconexiones! Un grupo de Marea Granate Nueva York (la marea de los emigrados) arranca a duras penas, es dificilísimo encontrar un día que nos vaya bien a todos para quedar. Los amigos no españoles andan organizando cosas en torno al cambio climático, va a haber una gran protesta. Parece que de una forma u otra el partido Demócrata está metiendo dinero en esto. Nos reencontramos después del verano, con los que son aquí lo más parecido a la familia de nuestro hijo: amigos y, desde 2011 -aunque a duras penas- algo así como “compas”. En Filadelfia se está por formar un círculo Podemos, que pone en marcha gente no sólo de mi universidad, sino de mi departamento. No puedo asistir a la primera reunión porque tengo que acompañar a mi hijo en su primera semana de guardería –esa guardería que nos cuesta una pasta. Pero iré, claro. A lo mejor podríamos conectar las cosas de la Marea Granate con el Podemos de aquí. Tocar suelo. Cosas como la red Federica Montseny, que no son sólo programáticas, sino de ayuda mutua. Pero, ¡uy!, ya estoy, haciendo programas…

Y es que, en fin, queremos tocar suelo, pero cómo no pensar que estaría muy bien que hubiera una concejala que facilitara al grupo de mi hermana los recursos que necesitan para mejorar su escuela, una presidenta de comunidad autónoma que fomentara empresas sostenibles y ecológicas como la de mi cuñada, un Estado que se pusiera al servicio de organizaciones asamblearias como la PAH, que pelean por el derecho a la vivienda desde el terreno. Etc.

Ayer, tomo unas cervezas con un amigo colombiano. ¿Es posible eso, un Estado que no se coma la energía de los espacios comunes y democráticos, que más bien los apoye? Él no dice que sí ni que no, pero dice que, sin ánimo de molestar, ve en los españoles una ingenuidad política que le hace tener más esperanzas que en el caso Latinoamericano. Que los españoles se han reencontrado recientemente con la política, dice, y que por eso son menos dados al cinismo.

Por mi parte, no sé si por ingenuidad, decido dejarle a él la última palabra.