“Expertos en todo” y culturas democráticas: ¿nos libraremos del 78 en 2015?

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(este artículo saldrá publicado en el número 3 del fanzine El Burro, en diciembre de 2014)

Noche del 23 al 24 de mayo de 1978: Alfonso Guerra, del PSOE, y Abril Martorell, de la UCD, se reúnen en un reservado del restaurante José Luis para negociar 25 artículos clave de la futura Constitución Española. En cinco horas nocturnas, de las diez a las tres de la madrugada, estos dos políticos decidieron cosas tan fundamentales para el futuro de los (así llamados) “españoles” como que su estado iba a ser definido como una “monarquía parlamentaria”, que sus representantes iban a ser elegidos mediante una ley electoral que favorecía a los partidos políticos mayoritarios, que su educación no iba a tener lugar en una escuela pública única y laica y que, finalmente, la propia Constitución que disponía todo esto iba a ponérselo muy difícil para introducir cualquier cambio en ella desde la ciudadanía.

¿Cómo puede llegar a concentrarse tanto poder en tan pocas manos? Guerra y Martorell ni siquiera formaban parte del grupo de los 7 expertos oficialmente encargados de escribir la Constitución. Ni siquiera habían estudiado derecho. Pero, según el propio Guerra, tenían “una cosa que para un jurista es fundamental: el sentido común”.

“El sentido común”. Dos personas, mano a mano, en un reservado, decidiendo nuestro futuro porque “tienen sentido común”.

Michel de Certeau ha explicado que en el mundo moderno occidental se abrió una gran brecha por la cual un tipo específico de saber humano -la tecno-ciencia- quedaba legitimado, y el resto se veían relegados a lo “primitivo”, a la “superstición”. Una marca fundamental de esa legitimidad ha sido la especialización, reconocida mediante títulos universitarios. Pero esa especialización ha producido al mismo tiempo un efecto paradójico: a menudo al especialista se le acaba considerando una persona “autorizada” en general, un Experto a secas, olvidando que su competencia se refiere a un tipo de conocimiento especializado en particular. Es así como, por arte de magia, el “experto en algo” –en una cosa determinada y concreta- acaba por convertirse en “experto en todo”.

Los “expertos en todo” pasan a ser así simplemente “los que saben”, frente al resto, que automáticamente pasan a ser “los que no saben”. En lugar de que cada cual aporte sus saberes y capacidades concretas, que tendrían un valor u otro según la situación que las requiera, se tiende a organizar la sociedad como si hubiera unas pocas personas cuya valía fuera intrínseca y absoluta, y a ellas hubiera que preguntarles siempre y sobre todas las cuestiones: desde las técnicas, hasta las éticas, pasando por las políticas, claro. Se trata de esa gente de la que se dice que “están muy preparados”, sin que se sepa a veces muy bien para qué están preparados. Y a menudo sus opiniones personales se acaban percibiendo como “sentido común”, no necesariamente porque representen lo que la mayoría piensa, sino más bien porque se espera que todo el mundo piense como ellos.

El “experto en todo” acaba convirtiéndose así en un representante autorizado de ese “sentido común” que Guerra considera la clave del éxito de Martorell y él mismo como artífices de la norma legal de convivencia social que lleva casi 40 años operando en el estado español.

Me parece que si del ciclo de movimientos y procesos políticos surgidos en torno a la llamada “crisis económica” (15-M, PAH, mareas, Podemos, Ganemos, etc) va a emerger algo más que un recambio de élites o un maquillaje que permita la permanencia de las actuales, probablemente uno de los factores decisivos será el desplazamiento de este modelo de autoridad de “los que saben”, de los “expertos en todo”. Aunque excede por completo a las posibilidades de este texto el demostrarlo, quiero proponer que ese modelo es una de las claves de lo que algunos han llamado “Cultura de la Transición” (CT): ese establishment surgido a finales de los ‘70 y que en su despliegue combina los mitos de la intelectualidad liberal (Autores) con los del neoliberalismo empresarial (Expertos).

Pero, ¿cómo desplazar ese paradigma?

Se ha empezado a hacer ya, mediante formas de cultura colaborativa no elitista.

Pensemos en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas. Si la PAH es hoy en día una de las instituciones con mayor legitimidad en el estado español no es porque esté capitaneada por unos “expertos”. Es, me parece, porque se trata de un movimiento social abierto a cualquiera en el que se cultivan y se ponen a colaborar saberes y capacidades diversas como la solidaridad, la empatía, el cuidado mutuo, los conocimientos jurídicos, el análisis de políticas públicas, la comunicación, etc. En la PAH hay saberes especializados, claro que sí, pero no se utilizan para crear una distinción entre “quienes saben” y “quienes no saben”, sino que más bien se construyen las condiciones de posibilidad para que todo el mundo pueda aportar lo que ya sabe o lo que ya puede hacer, y para que además mediante esta colaboración se multipliquen las capacidades y saberes de todos. Dudo mucho, la verdad, de que la PAH hubiera sido capaz de parar más de 1000 desahucios y de realojar a más de 1000 personas si se hubiera basado en la cultura de los “expertos”. Lo que ha hecho ha sido “empoderar” las capacidades de cualquiera.

Ahora bien, ¿es la PAH un caso aislado, una especie de anomalía? No lo creo. Frente a la creencia en la supuesta excepcionalidad individual de expertos a los que habría que otorgar toda la autoridad, existen históricamente otras tradiciones culturales que reconocen la interdependencia colectiva como fuente principal de riqueza social y cultural, riqueza en la que cualquiera (y no sólo individuos excepcionales) participa de forma cotidiana. Hay una historia larga que serpentea entre las culturas tradicionales rurales, las culturas obreras, las contraculturas juveniles, las culturas de lo público e incluso la ética de un cristianismo solidario que vemos resurgir en estos años de la “crisis”. Una historia de prácticas de colaboración a la que las culturas digitales, aún con su vulnerabilidad frente a la cooptación neoliberal, han aportado un rico y fértil capítulo.

Por eso la PAH no está sola. Hay Centros Sociales Autogestionados, instituciones relacionadas con la Cultura Libre, Mareas en defensa de lo público u otras como la Marea Granate (de los emigrados), proyectos de economía solidaria, colectivos de investigación, e infinidad de redes activistas, culturales, vecinales, o simplemente de sociabilidad y amistad que tienden, con mayores o menores dificultades, a empoderar las capacidades de cualquiera mediante la colaboración y el respeto a saberes y aptitudes diversas.

Se dirá que estas redes no han sido capaces de cambiar las políticas públicas, que son reductos minoritarios. Tiene algo de cierto. Y los dispositivos como Podemos y los Ganemos surgen para suplir esa carencia. Ahora bien: si para conseguir el poder institucional estos dispositivos tienen que funcionar fomentando la cultura autoritaria del “experto en todo”, entonces, tenemos un problema, ¿no?

¡Eh! Que yo también quiero que los niños coman, que no echen a nadie de su casa, que haya una masiva redistribución de la riqueza. Que eso es lo primero, claro que sí. Antes de empezar a tachar este texto de “asamblearismo ingenuo”, o “elitismo democrático”, atentos, por favor, al matiz, que creo que no es menor: yo no sé si de verdad para ser “eficaz” en la conquista de las instituciones políticas hay que meterse tanto en el papel del “experto en todo” como se están metiendo algunos compas, especialmente en Podemos. Probablemente es muy difícil hacerse un sitio en la arena mediática sin jugar a eso. Pero, en cualquier caso, como no soy yo el que está trabajando en esos dispositivos electorales, y está claro que alguien tenía que hacerlo, pues todo mi respeto para ellos y mi apoyo total, y mi total agradecimiento. ¡Ánimo valientes que os echáis a esas arenas llenas de fieras! Si llega el bendito día en que podáis poner en marcha políticas como la Renta Básica Universal, pues obviamente la democracia económica va a facilitar mucho que haya también democracia cultural, es decir, que la gente no nos quedemos achantados ante los supuestos “expertos en todo” (aunque, es verdad: Podemos y los Ganemos empoderan también de otras formas ya aquí y ahora: mediante el desbloqueo, la esperanza y formas de participación múltiples, que ahí están). Pero en cualquier caso, ¿no estaría bastante bien que fortaleciéramos al máximo esos otros dispositivos que empoderan las capacidades de cualquiera sin correr los riesgos que entraña el jugar al juego de la autoridad excesiva del “experto en todo”?

Es lo único que digo. No vaya a ser que empecemos a pensar que todo se juega en Podemos. O que todo lo demás no son más que “culturas de resistencia”, movimientos sociales que protestan, o que en todo caso pueden servir como viveros de futuros expertos que se integrarán en la gestión del nuevo estado. Alguien tiene que mantener en marcha prácticas de convivencia en las que los saberes técnicos y especializados no se conviertan en pasaportes para una autoridad excesiva, prácticas que nos entrenen en la habilidad de componer lo que cada uno sabemos hacer con lo que los otros saben, sin que lo que unos saben acabe aplastando las capacidades de otros. Cosa que, ojalá no pasara, pero que, como nos muestra la historia cultural del estado español, tiende a pasar, ¡y mucho!

Ya que parece que el fuerte de Podemos (en tanto que recurra -voluntaria o involuntariamente- a la autoridad del «experto en todo») quizás no es -por el ahora- el empoderamiento de las capacidades de cualquiera, aunque sí sirve estupendamente para alcanzar el poder institucional, pues tal vez mejor no pedirle que haga lo que no puede hacer, y entonces fomentar que esa otra parte la sostengan los colectivos y redes que ya la vienen practicando. Pero entonces, claro, ¡máximo respeto entre esos diferentes dispositivos que conviven haciendo labores diferentes pero necesarias!

No vaya a ser que nos emocionemos tanto con el “asalto” a las instituciones que acabemos redactando constituciones en reservados.

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*Imágenes:Company of Men 2001, de Melanie Baker, carboncillo sobre papel, 540 x 156 inches + foto del blog «¿Hacemos una peli?» (proyecto de cine participativo)