Carta de amor a Madrid, ahora

No tengo palabras para tanto amor. Amor del dulce pero también del amargo, del que madura con desencuentros. Madrid, mayo de 2015. Imaginemos que un grupo de neoyorquinas y neoyorquinos aterriza en medio de una ciudad en la que una bola corre por las calles, haciéndose cada vez más grande. Una bola de nieve, un rumor, un runrún. Las neoyorquinas caminan por esa cuesta abajo acompañando la bola hacia las grandes avenidas, pero derivan también por otros pasajes y pasadizos, donde se oyen otras palabras de amor.

Las neoyorquinas han oído hablar de un Madrid del abrazo, del Madrid de la Marea Blanca, del Madrid de Acampadasol, del Madrid del Patio Maravillas. Quieren aprender y escuchar esas palabras. Y para hablar de amor hay que hablar de cómo se aguantan o se queman los cuerpos, y para entender cómo se sostienen las vidas hoy hay que hablar de dinero. Hablar de dinero para que no todo pase por el dinero, para que podamos construir ciudades en las que se pueda sostener y dar valor a la vida sin que el dinero nos mande. “Hablamos una vez al año de dinero”, nos dice la gente del Patio. En Occupy Wall Street, que es lo más parecido al 15M de nuestros neoyorquinos, se aceptaron casi un millón de dólares en donaciones y se competía todo los días por ese dinero. En Acampadasol se aceptaron 0 euros. Tenemos, entonces, que hablar de dinero: esa cosa que sólo da valor a cambio de ponernos a competir contra otros y contra nosotros mismos.

Pero tenemos que hablar de dinero también justamente para que nadie se crea la gran mentira de que el dinero es lo que sostiene al mundo. Queremos escuchar al Madrid de Territorio Doméstico, queremos escuchar a estas mujeres migrantes que se reúnen en Lavapiés, trabajadoras domésticas que dicen “nadie habla por nosotras”. “Estar en el colectivo te empodera, pero también tiene costos. A mi, me echaron del trabajo. Y estoy subsistiendo gracias a esta red”. Nosotrxs queremos escuchar a este Madrid de redes de subsistencia, el Madrid que le ha conseguido ese pedazo de local a Traficantes de Sueños y al Madrid de las mujeres que dicen “la lucha, con alegría”.

Mujeres que están trabajando día a día para que los desencuentros se conviertan en amores, porque para llegar de la ciudad del encuentro a la ciudad del abrazo hay que pasar por la ciudad del dolor. La ciudad de la PAH: “al principio llorábamos tanto en la asamblea, que salíamos destrozadas”. Ahora, Abu está a punto de conseguir la condonación de su deuda, pero aparecen nuevos problemas que ponen a trabajar al límite la inteligencia colectiva de la asamblea de los lunes. Abu baja la cabeza, “no va a ser fácil”, dice. Las mujeres, esas mujeres que están ahí cada lunes y cuyos nombres no se van a llevar el mérito, responden contundentes: “nadie dijo que fuera fácil, pero lo vamos a hacer juntas, en colectivo, no estás solo”. La mano se posa sobre el hombro levemente, sólo lo justo.

Con ese mismo pudor hablaba otra de esas mujeres, de la generación anterior, el otro día, antes de la manifestación. Con ese pudor, les dijo a las personas que la policía acababa de identificar por llevar una pancarta sin desplegar: “nos preocupéis que hay testigos, nosotras estábamos aquí y lo hemos visto todo, somos de la Solfónica”. “Sí, ya os conocemos, claro”. No hace falta darse los teléfonos ni los emails porque el 15M no ha terminado. Vamos juntas a Sol a escuchar cantar a esas mujeres otra vez “Madrid que bien resistes”, sin nostalgia, pero toda mi espina vertebral es emoción y veo llorar al chico de la camiseta roja que hace fotos a la multitud con las manos alzadas y esconde sus lágrimas detrás de la cámara. Y yo lloro ahora también de amor escribiendo, ¿sabéis?, porque esas mujeres que están cantando ahí en primera fila, y sosteniendo al mundo son también mis abuelas, mi madre, mi hermana, mis amigas, mis compañeras de lucha o experimento político (o como lo quieras llamar), y el amor de mi vida, que es también la madre de mi hijo.

Pero “si empezamos a llorar no acabamos nunca”. No se resiste 8 años con las puertas abiertas a cualquiera llorando, sino aprendiendo cómo sobrevivir a las peleas internas, a las diferencias políticas, a las contradicciones vitales, a las invasiones por parte de quiénes quieren sacar tajada, al desánimo y también a los desalojos, claro. Por eso en el Patio Maravillas tienen una pizarra donde está explicado su funcionamiento, que es un monumento a la inteligencia colectiva (echadle un ojo si pasáis por allí). Y cuando digo inteligencia hablo tanto de otras vísceras como del cerebro.

Vísceras parlantes, palabras de amor e inteligencia. Protocolos experimentales: imaginemos que en ese Madrid alguien llega a su Centro de Salud acompañado de otra persona. La relación entre ambas es difícil de entender. “¿Pero tú quien eres?”, le preguntan a la que no necesita ser atendida. ¿Un activista? ¿Una abogada? ¿Un representante? No, soy una vecina y estoy aquí para explicarte que si quieres atender a esta persona que no tiene tarjeta sanitaria, puedes hacerlo. Si quieres, puedes. “Yo no sé hacerlo”, “la ley no nos los permite”, “pero, ¿qué pasa si entonces vienen TODOS?”. ¿Todos? ¿quiénes? En realidad, es una buena pregunta: ¿qué pasa, cómo es la vida cuando una se abre a que le vengan “todos”, todos los encuentros y todos los posibles desencuentros en los que madura el abrazo? Las neoyorquinas escuchan atentamente a yo Sí Sanidad Universal, toman buena nota de lo que dicen estos otros activistas del acompañamiento. No subestimen a los americanos, ¿saben?, es tan fácil hacerlo: pero la verdad es que saben escuchar sin miedo a lo que no saben.

Van tomando buena nota. Vamos tomando buena nota, porque este chaval de un pueblo de Huesca que escribe lleva tanto tiempo fuera que ya no sabe ni de dónde es, pero caminamos juntas hacia las grandes avenidas, sin olvidar los pasadizos donde los abrazos duelen, porque a veces uno se clava los huesos del otro. Y nosotras, las americanas, nos encontramos con otras voces ahora, que tienen más eco, y de las que se han dicho ya muchas cosas en este año electoral. Pero detrás de esas voces asertivas, detrás de esos logotipos contundentes, están los cuerpos cansados, exprimidos al límite. Ir a comprar el pan sabiendo que ahora hay algo diferente, que formamos parte de algo que abre un horizonte para que no todo sea una mierda. Que Podemos. Que estamos pudiendo, aunque las “jornadas de 20 horas de trabajo, el sacrificio inmenso, no sea sostenible”, y aunque “si esto se convierte en un partido político como los demás, todos mis amigos se irán”.

Pero no hablemos del futuro. Aquí el ahora es Ahora Madrid. Una campaña electoral, por definición tiende a hablar del futuro. Pero es también un presente: “llegar hasta aquí ha sido un proceso muy duro, pero en la campaña está apareciendo una nueva confianza entre nosotros”. Podemos + Ganemos Madrid: hablando de abrazos que duelen. Pero que no dejan de ser abrazos.

No, no hablemos tanto del futuro ni del pasado, Ahora. Ya veremos el domingo, ya veremos qué pasa cuando llegue el dinero a las benditas Juntas de Buen Gobierno de los distritos de Madrid, y ojalá que éstas lleguen, ya veremos qué pasa cuando salgamos de este tren que nos lleva desde Madrid a las americanas a otra ciudad del abrazo y del dolor: Barcelona.

Yo solo quiero mirar a un lado y a otro, aquí y ahora, y observar a dos desconocidos: el señor que junto a mi, cierra los ojos escuchando en sus auriculares a Leonard Cohen, es decir, escuchando las canciones que me enseñaron lo que era la poesía. Y, al otro lado, a la mujer que da el pecho a su bebé de tres meses, y que ahora no dice nada. 7cd2d2f629be0d8f56f7b1c7dec08e9d6ed56e76100eb407dea3c7d950e9bfd1.JPG.620x0_q90_crop-scale